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Las rejas no detienen el amor de una madre por su hijo.

Altagracia Rodríguez (nombre ficticio) se levanta temprano para preparar comida para su hijo. Lo ha hecho toda su vida, pero desde hace varios meses su rutina es distinta: la empaca, se viste y se dirige a la cárcel donde hace una larga fila para ver a su vástago y entregarle los comestibles.

La misma suerte podría correrla en un futuro Belkis de Jesús Soriano. Su único hijo, de 15 años, comenzó a delinquir a los 8, primero robando lo que podía, luego atracando a plena luz del día. También consume sustancias y ha llegado a amenazar la vida de su madre.

A sus 32 años, Belkis es madre soltera y siempre ha trabajado como doméstica. Como madre, decidió tomar el camino difícil: no apoyar el mal comportamiento de su hijo, para el que siempre soñó una vida de bien.

“Cuando cumplió 13 años nos mudamos de Buenos Aires, de Herrera, donde comenzó en malos pasos, negociamos y lo apunté en la pelota, no quería ir a la escuela y con esfuerzo lo puse en un colegio, pero nada me valió, no quería estudiar, se escapaba de la casa, se iba con gente mayor”, dice la madre, a quien la situación le ha dejado depresión, vergu¨enza y nerviosismo.

 

Búsqueda de ayuda

Desde que su hijo comenzó a delinquir intentó ayudarlo, la primera vez que atracó fue a denunciarlo a la Fiscalía de la Venezuela y no recibió ayuda. Tocó, llorando, las puertas del Conani de Los Alcarrizos. Tampoco la socorrieron. Finalmente en Hogares Crea le dieron la mano: la ayudaron a internarlo en Hogares Crea de Menores en Santiago.

“Duró dos meses interno. Primero no había que pagar, pero luego comenzaron a pedir dinero. Yo no podía”. A los dos meses el muchacho escapó y “ahora está peor”, dice afligida Belkis.

La psicóloga Olga María Renville ve con mucha frecuencia en terapia a niños y adolescentes que consumen estupefacientes. La experta en la conducta expresa que la madre no puede ayudar totalmente a su hijo. “Cuando alguien entra al consumo de sustancias y la delincuencia tiene que querer recuperarse, la madre puede orientar y guiar hasta un punto”.

Los intentos fallidos de rehabilitar a un hijo traen s ent i – mientos de culpabilidad, de fracaso, así como depresión constante, pero es importante, según Renville, que la madre reconozca la conducta negativa y la condene. Esto enseña que el accionar negativo trae consecuencias.

Es difícil para Belkis ver que su hijo no quiere cambiar. “Yo doy hasta mi vida porque él salga de ese mundo. Muchas veces le supliqué que no tomara ese camino, pero en los barrios marginados está la ‘oportunidad’. Yo no puedo señalar a nadie como culpable, él eligió esa vida y yo no lo acepto ni lo aceptaré nunca”, dice.

Su posición no la ha hecho popular. En el barrio la juzgan, dicen que no quiere a su hijo porque no lo apoya: “Lo quiero, porque es mi único hijo y lo parí con dolores, pero no acepto el camino que eligió”, dice afligida.

Lo que más teme es que el futuro de su hijo se limite a dos posibilidades: “Que me lo maten en un intercambio de disparos o que vaya preso por mucho tiempo”, dice.

 

Madre a prueba de rejas

Uno de los temores de Belkis es la realidad de otra mujer. Uno de los cuatro hijos de Altagracia Rodríguez estuvo en la cárcel por haber sido encontrado con sustancias controladas.

“Si alguien me hubiera dicho que yo iba a pasar por esto no lo habría creído”, dice la mujer de 59 años. Lo dice sobre todo porque crió a sus hijos de la misma forma y ninguno de los otros ha tenido problemas con la ley.

Lo más difícil -dice- es saber que su hijo quedará “marcado” ante la ley. Aunque la condena no es larga, pasar horas en una fila y ser requisada para poder llevarle comida no es una actividad agradable. Pero Altagracia va todos los días por amor y porque sabe lo que su presencia significa para su hijo.

“La mujer es el vínculo en la familia, el centro del hogar, la que integra y, aun teniendo la categoría de hijo que tenga por su conducta o inconducta, no deja de ser su hijo”, dice Milagros Ricardo, subdirectora administrativa de la Dirección General de Prisiones. Desde su experiencia en las 24 cárceles del país, Ricardo conoce bien el drama de esas madres.

Asegura que en la fila de visita de recintos como La Victoria o Najayo, los hombres suelen quejarse, pero las mujeres, y sobre todo las madres, cargan en silencio su tristeza junto a los paquetes con comida, ropa o medicamentos para sus familiares internos. “En La Victoria, donde está el mayor número de internos (unos 6,000) ves cómo la mujer dominicana no abandona a sus hijos por reiterativo que sea el hecho delictivo”.

Narra un ejemplo: “Meses atrás conocí en La Victoria a una ancianita que arrastraba un saco de víveres y otros comestibles. Cuando le pregunté, me dijo que era para su hijo que tiene 5 años preso. Ella va todos los días a visitarlo, y cuando no puede manda a una hermana”.

Según Ricardo, son las mujeres -madres, esposas, hermanas- las más solidarias con las personas privadas de libertad. Dice que es común verlas en los recintos en grupos de hasta cinco y siete de la misma familia, cuando vienen de fuera traen regalos y celebran cumpleaños dentro de la cárcel.

La Dirección de Prisiones no es ajena a lo que viven estas mujeres, por eso “siempre hemos hecho prevalecer el aspecto humano”, indica Ricardo. Añade que las visitas en las cárceles suelen ser dos días a la semana, pero en el Día de las Madres el flujo se incrementa. La funcionaria revela que para la fecha se realizan actos en todos los penales del país e incluso misas por las madres fallecidas.

Tan importante es el vínculo que la ley establece concesiones al interno en caso de la muerte de su madre. “Se le otorga el permiso para ir al funeral. Solo deben traer el acta de defunción”. El interno se desplaza con seguridad y tiene dos horas para despedirse de su ser querido en compañía de la familia.

En caso de que sea el interno quien fallezca, tras los protocolos correspondientes, el cuerpo es entregado a su familia.

 

A LOS PRESOS SUS MAMÁS SIEMPRE VAN A VERLOS

Las madres siempre van a ver a sus hijos privados de libertad. “Ser madre es una condición que no la arrancan ni los hierros ni los candados”, dice Milagros Ricardo, subdirectora administrativa de la Dirección General de Prisiones.

La Dirección de Prisiones, como dependencia de la Procuraduría, ofrece apoyo emocional a internos y familiares, aunque dadas las precariedades del sistema, la labor en este sentido, sobre todo con las familias, la asume la Pastoral Penitenciaria, que dirige fray Arístides Jiménez Richardson.

 

Emociones complejas

Sentimientos encontrados asaltan a la madre de una persona que delinque. La psicóloga Olga María Renville comenta que, aunque un hijo se ama sin importar nada, la madre tiende a sentir rechazo por la conducta negativa. “Se encuentra en la disyuntiva de proteger a su hijo, pero a la vez siente que debe condenar su acción”, dice.

Las madres de presos suelen deprimirse, pero ir a verlo a diario y llevarle comida y otros artículos se convierte en una rutina que primero se dificulta pero luego se asume como normal.

Buscar culpables no es sencillo. “Es cierto que la familia debe formar valores, pero la sociedad ofrece más oportunidades para la delincuencia y los vicios que alternativas de entretenimiento sano para niños y adolescentes”.

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